
Del ocaso al auge. Continuación(4)
* Que pese al temor de ser asaltado por un demente, un obseso sexual, un sicópata de cualquier sesgo o condición, nunca acerté a que Amelie me confesara la razón por la cual no apresuraba su inquietud al paso hasta alcanzar la cafetería, que exponía su diáfana cristalera cuadrangular al cruce de caminos entre la avenida y el puente de la Universidad.
Los autobuses urbanos habían abandonado la frecuencia de recorrido de la tarde por un relajado recorrido nocturno; a penas un taxi interrumpía la quietud de la noche, que competía con algún turismo ocasional y escaso: lo que contribuía con el frío del invierno a propiciar un efecto fantasmagórico al atardecer, salpicado por la quietud del manto de estrellas, como el cielo estrellado de Vincent van Gogh, después de la lluvia.
Sus ojos no mostraban ninguna inquietud absortos por el momento de verse observada al saborear los ruidos que la hojarasca seca del parterre en la orilla del río perturbaba la intimidad inquieta de las caricias y de los requiebros del amor…
-cariño, debo apresurarme; a las diez cierra Maricarmen -quiero recordar-la cancela de la portería- irrumpió con un susurro tierno, el barullo de los habituales, que aplaudían los mamporros de Casius Clay al contrincante, que acompañaban a la pantalla de blanco y negro, que el ventero había colocado en uno de los cuatro rincones del establecimiento…





