De la ciudad diáfana y alegre, a la ciudad triste y gris de la sabiduría ( Cont.)
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Que el cabo de los grises, la policía del régimen, compartiera mantel con nosotros, universitarios en ebullición contra la falta de libertad, la censura en los medios, y la prohibición de asociarnos en sindicatos, y el miedo a ser delatados a la brigada político social, hacía insoportable su presencia en el comedor de la señora Angela; sobretodo, le odiábamos cada vez con sonrisa burlona acariciara la fusta, para a continuación expresar su petulancia ante estos indolentes estudiantes de la universidad de Letras…
– “ tened mucho cuidado, mañana en la manifestación; ya sabéis a lo que os exponéis¡” al tiempo que volvía a sobar la fusta con amenazador guiño.
Atemorizados, solíamos mirarnos unos a otros con complicidad mientras mostrábamos una irónica sonrisa, pero evitando el sarcasmo que ofendiera al policía.
Aún no había llegado Dionisio, el poeta de Castuera, que Carlos, hijo del dueño de La Riojana, solía entretenerlo bebiendo chatos de vino Cariñera, por si dada la circunstancia pudiera ensalzarlo con una hermana soltera y de rara belleza, pues era bizca.
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