
Al otro lado del tiempo. (Cont.II. La fragua)
Era la fragua también un centro de ocio, como se supondría hoy mismo. Su hermano Felix accionaba el soplete con tanta destreza que las chispas saltaban fuera del fogón, al que Ezequiel le reprochaba la contundencia con un inocente – “cago en diole, no le des tan fuerte, que no vamos a ganar para carbón”-, y el mozo aflojaba el soplo, al punto. Nicasio, como era el mayor, supo granjearse el cometido menos azaroso: cogía con unas enormes tenazas los escoplos y las rejas del yunque y los sumergía en un pilón negro de agua turbia, cuyo siseo todos los concurrentes conocían de un día para otro, y la nube negra que subía de pilón; era como un hongo atómico, de esos que salen en el Nodo, cada vez que los americanos estallan una bomba H en el desierto de Arizona, tan espesa que hacía toser a toda la concurrencia, al tiempo que gritaban
-“No pués abrir la puerta del corral para que salga el jumo”? Le gritaban todos, desgañitados, con las venas del gañote tensas, al maestro Ezequiel. (Cont.II)





