
De la ciudad diáfana y alegre a la ciudad gris de la sabiduría…
El siempre tedioso retorno entre Zalamea y Malpartida cada noche se iba haciendo más monótono y rutinario, de no haber existido una complicidad espontánea, que surge como fuente de relaciones humanas entre hombres diferentes, por edad, por experiencias, por gustos, por aspiraciones, por expectativas diferentes, y por proyectos, entre un mozalbete, que solía machacar hierro candente sobre el incólume yunque de la fragua de su abuelo, y yo mismo, al que admiraba, sorprendido por los músculos de sus brazos, sobre todo el derecho, el cual doblegaba la pertinaz dureza del candente hierro hasta hacerlo dúctil a los intereses del labriego, en el entorno cálido las noches de otoño y de invierno, mientras los campesinos esperaban el turno para poner a punto las vertederas, los escoplos, los cuchillas, aguzar las azadas y azadones, así como los intemperantes hierros de los lomocafres, que las mujeres solían usar para liberar las plantas buenas de las cizañas y abrojos, como de las carihuelas. (Cont.I)





