
De la ciudad diáfana del placer, a la ciudad gris de la sabiduría ( Continuación)
JM se había recuperado ya de “la tarama”, como solía nombrar al malestar adquirido después de una insensata ingestión de vino en las tabernas de la vieja ciudad, en los aledaños del casco antiguo, dejando para la última estación a la Riojana, el bar de Carlos, junto a la base de la escalinata al lado del Colegio Mayor, Hernán Cortés, cuyos peldaños subían hasta la calle a las traseras del colegio, donde estaba situada la fonda de la sra. Angela, bajando ya vestido al comedor del hostal.
Era la hora del almuerzo, y Manolo, el de Herrera, se había recuperado de la “torrija” de amor y sexo de la tarde noche del sábado, y bajó al comedor con los ojos pitiñosos todavía y con obstensible astemia, de la se recuperaba poco a poco, ayudado por la aparición de Paquito, el de Córdoba, que solía presumir de su dominio de alemán y del testículo más prominente de los pupilos en el hostal de Angela.
-Paco, tú te tienes que ponerte trapos en la entrepiernas…insinuaba Alvaro siempre que Paco bajaba al comedor en esqujama.





