By: juanrico

Oct 09 2023

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Se sentía Andrés complacido con las explicaciones de la Dionisia, y se despedía con un beso de deseo aplazado en los labios…
Aquellas noches cuando el viento fuerte y persistente, el ábrego, anunciaba un nuevo temporal, cuando las luces de color sepia de las esquinas eran balanceadas por el viento; la lámpara de la Plazoleta, en la esquina de la Vitoriana, la de la esquina en la casa de Arento, en la del Castillo, las tres farolas, si se les puede llamar de esta guisa, en las tres esquinas de la Plaza, la lámpara de la esquina del comercio de Antonio, el estanquero, la de la calle Umbría y el final de la calle los Mártires, y aquellas de la calle La laguna y la confluencia de la calle Atrás, única callejuela bombardeada por la aviación del ejército Nacional durante la guerra civil, por ser rojos sus moradores, anunciaban la correría del fantasma, siempre que los truhanes del pueblo no las hubieran fundido a puñados de arena contra el bulbo. Era el momento más oportuno para evitar que las alcahuetas salieran a husmear por los postigos, con la intención de descubrir a los fantasmas, de los que los niños sentían pavor, aunque a sus progenitoras no les causara el menor desaliento, como, que al parecer eran cómplices de las fantasmagóricas noches, por las que se veían aliviadas de tan siniestro y falso pudor, me contaba Andrés del Casino, al tiempo que defendía ese convencimiento de que la barra del bar era mejor cátedra que la de la universidad, donde se aprendían las lecciones sin parpadear.

-“ya terminarías muy pronto la carrera, y ningún maestro “piñones” te podría toser por lo aprendido aquí”…