
…de la ciudad de la luz, al gris triste de la sabiduría (Cont.)
A todos los patanes que se encontraban en la fragua de Ezequiel esperando el turno para aguzar las herramientas del campo, no quitaban oídos a todas las referencias de las que se hacía eco en el taller de Ezequiel todas las mañanas, mientras liaban un caldo gallina, tabaco de picadura, esperando la risotá de los asistentes, verdaderas o inventadas.
Todos se hacían eco de las triquiñuelas de Andrés para meter en casa a todo el que se movía con el fin de tener despejadas las calles para mejor éxito de las aventuras amorosas: las noches de frío, viento o niebla eran las más apropiadas para anudarse una sábana blanca al cuello, que con el aire le hacía pasar por un fantasma.
-“otra vez esta noche¡ si estuviste conmigo anoche¡ debes estar agotado, cariño. Sabes que estoy muy ocupada con la confección del ajuar: que la boda es en diciembre¡ déjalo para mañana; que Fulgencio sale de madrugada de viaje; y no viene hasta la semana que viene¡”- se sentía Andrés complacido con las explicaciones de la Dionisia, y se despedía con un beso de deseo aplazado en los labios.





