“Los que no aprendieron la lección de la Historia están condenados a repetirla” -Hannath Arendt (V)
La emisión de la novela radiofónica, Ama Rosa, de Sautier Casaseca, que tenía encandilada a todas las mujeres casadas, por la morbosidad de infidelidades y desengaños amorosos que despertaba entre las mujeres del vecindario, había atrapado con sus garras a mi madre, que se precipitaba en la hora de la comida con el fin de estar libre en la sobremesa…
Aunque el relato, por picante y sugerente me embargaba, la atención que mi madre le prestaba tanto al melodrama de Ama Rosa como al engolamiento de la voz del locutor me sacaba de mis quicios; no soportaba que a los cincuenta y tantos todavía le encandilara un folletín más propio de mujeres de a diario, que se excitaban sólo con el pensamiento de sentirse por momentos la protagonista. Sentía, en cambio, que la premura de encontrarme con su idealizada presencia al cobijo de la vivienda de mi amiga, me vulneraba. Ya me habían vencido tanto las palabras subyugantes del amante de AmaRosa, como la inflexión que el protagonista terminaba las frases.