
La noche de la jira. El sueño del prelado.
(Llama de Amor viva – San Juan de la Cruz.)
1. ¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
No podía el joven prelado, Aristophanes, disimular su pasión y celos por la prima de Cloe, cuya resplandeciente cabellera había contusado entre sus manos la tarde del día de la jira en los Habenosos, yaciendo ambos entre los brotes del espiélago y las flores del cantueso, de los que algunos pétalos se habían adherido a su mugrienta sotana, a los que quiso dar acomodo entre las páginas del breviario a modo de ex-voto. E invocando a San Juan de la Cruz, en su poema “Lama de Amor viva”, a modo de introducción a su sermón de la Misa dominical, continuó con su propia inspiración, ante la sorprendida asamblea de fieles…
– ¡ Se ha ido de a cabeza ! – murmuraban entre dientes algunas fieles feligresas.
La lluvia
Había dejado de batir sus alas de primavera;
el juego de las prendas dio paso a los melosos susurros
Del prelado;
Mohíno su rostro de pasión
Insatisfecho,
Apenas la humedad de sus labios
De argenta,
Su candor perdido entre la saliva seca,
No modulaban las voces de otra épocas,
Desde el púlpito predicaba,
Sin saberlo, a ciencia cierta
El amor entre los hombres
La verdadera razón de la existencia;
Ahora se le negaba
Ahora la añoraba
De anhelo la ansiedad lo dominaba;
Perdido en el cosmo
Como de gota de agua,
Nieve de frío, de frío helado
Tiemblan las palabras de los labios,
Secos de pasión, heridos,
Su anhelo no cesa,
Como el agua del torrente
Fluye, tiembla
En el remanso de su alma
La felicidad se resiste,
No llega.
Cubre el páramo de crepúsculo ocre
Su nostalgia, sus sueños.
Te amo te deseo
Con todos mis besos te beso;
Me domina el pecado mi locura,
Me solivianta el seso,
No consigo someter a la lujuria
De un abrazo, de mi beso.
Durante el intérvalo lúcido hablaba el silencio. No le impedía su conciencia apartar de sí la escena en e guateque la noche de Navidad, cómo Monazilo, su fiel sirviente acariciaba profusamente los pechos de su inolvidable deseo, besaba sus labios de púrpura, mordía los óvulos de sus orejas mientras le susurraba el futuro con ella.
-” ¿ qué puede tener ese mocoso que yo adolezca?” – se preguntaba así mismo, sin obtener respuesta.
– “¿ tal vez una carrera, si todavía está en la escuela?”
Si apenas alza dos palmos de la tierra; juega a los bolindres con el Yayo, su hermano y el Pecas. Dicen que va a estudiar para cura, en el Seminario de Hinojosa, la Vieja. Que cría conejos blancos para regalarle a ella. Ya ha hecho la Comunión, y de sus faltas se confiesa.





