
La jauría urbana: al salir de clase
En la clase de Educación para la ciudadanía.
Grupos de adolescentes caminan juntos y se comunican entre ellos, sin reparar en los adultos con los que se topan en la calle en una estimulante y desvergonzada verborrea, que no adultera por ello la lozana frescura de su discurso.
Habían adivinado los alumnos que la profesora no iba a impartir la clase, por la forma en que ocupó el sillón, y cruzara las piernas. La intuición de los jóvenes carece de límites en sus pronósticos. Ante el más insignificante detalle, suelen ser tan hábiles que pueden percatarse si la docente ha preparado el guión de su exposición.
“Hoy vamos a dedicar la hora a hablar de sexo” – anuncia la profesora inopinadamente; y los adolescentes, sin parar en mientes, abrazan su mono pupitre, lo levantan en vilo al tiempo que arrastran sus asientos sin levantar las posaderas y forman un coro en torno a la profesora de EPC.
Se disponen a leer de un libro una historia de parejas.
“Y entonces, el chico le coloca la mano debajo de la falda a la joven…”- iniciaba la lectura del relato.
-“¿ Por qué tengo yo que leer esta historia ?” – replicó, acalorada por la embarazosa oportunidad a la que se vio abocada, la cándida dicente ante la carcajada unísona de la clase mixta.
– “Si quieres, lo practicamos tú y yo ahora mismo…” – le susurró al oído el compañero que a la sazón se encontraba a su costado… o , tal vez, con un cómplice descaro.