El Pintor doméstico

By: juanrico

Nov 11 2010

Category: Uncategorized

Una perra para la eternidad

¿A quién no le hubiera impresionado la inesperada y confidencial confesión de las cuitas de un trabajador, de alto nivel profesional al considerar el resultado del trabajo recomendado; sobretodo, al haberme abierto el libro de su vida, sin  recato alguno, en menos de cinco minutos de nuestro circunstancial encuentro?

Locuaz. Sin pelos en la lengua, se interesó al punto por mi nombre de pila, creo, con el objetivo de antemano de un tête-á-tête inoportuno, aunque podría sentirme interesado. Hombre de buena presencia: de mediana edad –  por la que me aventuré a  inquirirle, bajo la inquietud de cometer una falta de delicadeza, que, al punto resolví -pues se iba a tratar de un halago, en lugar de una indiscreción de poco refinamiento

-Usted  debe gozar de buena salud – mientras dirigía mi mirada al paquete de cigarrillos americanos que se asomaba por la solapa del bolsillo superior de la bata blanca de pintor autónomo.

-No puedo quejarme.

Despertó especialmente mi curiosidad su cabello, de un grafito brillante y bien aliñado con gomina, sin apreciarse ninguna de las hebras, descolocada; como si hubiera salido de la ducha peinado, y con brillantina. Me hizo sospechar que se trataba de una persona de raza gitana, al observar un cordón de oro grueso del que se descolgaba una cruz simple,  también de oro, muy en contraste con la cadena a la que se sujetaba. Cejas negras, muy espesas y el iris de un negro abisal. Su piel de un tostado bronceado, que puede recordarnos al que las sales marinas proporcionan a los veraneantes durante el sol del estío, casi apenas la surcaban trazos que delataran sus cincuenta.

-Estoy atravesando una mala racha. He perdido a mi perra.

Pensé que su mascota se habría extraviado. Pero sin esperar una respuesta por mi parte, al punto añadió..

-Murió de cáncer de páncreas la semana pasada. Una pérdida muy dolorosa. ¡ qué cariñosa! ¡que inteligente: hasta adivinaba los sentimientos ! Una Coker, que encontré en la calle.

Con el propósito de aliviar su desgracia le aconsejé que existen mascotas en la perrera municipal a la espera de una adopción; pero que, si quisiera realizar un dispendio generoso, en las pajarerías podría hacerse con una de la misma raza.

-Paloma, que, así la nombraba, es insustituible. Murió muy joven, a los ocho.

-Paloma, sería adicta al alcohol, si murió de cáncer de páncreas. Tercié para distender la conversación con una pincelada de humor negro. Sin embargo, el pintor de brocha gorda, evitando la provocación, replicó que el veterinario había hecho lo indecible por salvarla; pero que, si la enfermedad es tan implacable con los seres humanos, con los perros, más vulnerables genéticamente, resulta mucho más irreversible.

-Era como una hija.

El dramatismo con el que recargaba su voz me turbó, y advirtió mi intención de acabar la charla; y, como el que quiere continuar ser escuchado, no se retractó; y metiéndose la mano en uno de los bolsillos interiores del pantalón sacó, un teléfono móvil nokia y me invitó a contemplar su “perla”.

-Mire usted. ¡ qué joya, verdad!

Se trataba de un can de pelo blanco y largo con ojos de mirar profundo e inquisitivos.

-Muy bonita, añadí por complacerle.

Me  inquieté, al pasar a la siguiente instantánea, y ver un panteón funerario de lujo, en granito negro o mármol.

– Se lo levanté a mi mujer, que, murió hace siete años, muy joven. Fue mi novia desde los

trece años… Una gran pérdida. He perdido a mi madre, mi suegra…¡Qué mala sangre!

Me mostré apesadumbrado. No era para menos. Intenté consolarle y animarle a contraer nuevas nupcias; y mi sorpresa me produjo arrobamiento, pues advertí calor en mi  rostro, a pesar del frío que penetraba por las ventanas abiertas.

-Me he casado por segunda vez. He tenido mucha suerte. Las dos han sido muy buenas esposas.

Le invité a tocar madera para alejar el maleficio. Y los dos acariciamos la puerta con la mano derecha.

-Un cuñado que trabaja en la Perrera Municipal me ha aconsejado sacar una perrita del orfanato perruno, pero me da tanta pena que no sería capaz de dejar un animal allí encerrado. Me los traería a todos.

Advertí, de pronto, que desnudaba el torso y me sugería que observara el tatuaje en el hombro posterior derecho. Efectivamente, se trataba del gravado en tinta negra de la cabeza de un perro, que, supuse se trataba de Paloma, de perfección fotográfica.

– Moriré con ella, me dijo resuelto.

Iba a recurrir a la perversión, instándole a que montara una Perrera privada; pero desistí. Comprendí que para la raza gitana la libertad es el “moto” de su existencia.

-Trabajo más de doce horas diarias. Comprendo que haya tanta gente sin trabajo. Siempre ponen condiciones; que si quiero este horario; que si quiero ganar tanto; que necesito los fines de semana libres; a mí que no me exijan más horas de las que rigen en los convenios. Así no encuentran “curro”. Y a mí no me falta. Y trabajé muchos años para el Corte Inglés -añadió como si se tratara de su tarjeta de visita.

-Por cierto, le advierto  que no son tiempos de dejar billetes a la vista, sobre estanterías, al percatarse de dos billetes de veinte y uno de diez sobre una de las baldas del armario del aseo. Una vez, a una cliente le llevé en la mano un reloj de oro macizo que había dejado sobre una mesa; y, la señora, un poco despistada, quedó muy agradecida por  el hallazgo.

El humo a cigarrillo se expandió por toda la dependencia, por los aliviaderos del sistema de aire acondicionado; pues, Manuel – que así se llamaba el pintor- había tenido la precaución de cerrar la puerta del dormitorio que se disponía a blanquear con tal de no contaminar el apartamento de humo de alquitrán y nicotina. Se podía comprender su compromiso con la salud de los dueños que le propiciaban el sustento día a día.

Nick Momrik

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